Estaba hablando Juan Hippener, agradeciendo la presencia de toda la gente, cuando sobrevino un homenaje que fue risueño, humorístico al comienzo, y terminó con una gran sorpresa para este verdadero personaje nacido en pueblo San José, y reconocido en todo el distrito y más allá adonde lleva sus fiestas y su colaboración permanente.
En la cena, había estado compartiendo mesa con su doctor, el que lo salvó tantas veces, cuando su corazón le dio una advertencia; el Dr. Alberto Caccavo, con quien luego se sacó una foto, cerquita de la estatua que le mandaron a hacer a Juan, los integrantes de la Asociación Descendientes Alemanes del Volga filial Coronel Suárez y del Club Germano.
En definitiva, los que lo han acompañado en cada una de sus “locuras”, realizando fiestas de la Cerveza, de la Carneada, y tantas otras. A quien un día se le ocurrió hacer una fiesta para 3.000 personas, y luego pensó, propuso e hizo, una para 5.000 mil, y que dos años después, recogiendo el guante que le habían tirado casi como un chiste, estaba haciendo la fiesta para 10.000 personas.
El mismo al que le dicen: “Nos piden de tal lado que hagamos una fiesta para 300 personas”, y responde: “No hay problema, ¡es un asadito, nomás!”.
El “hombre de las fiestas”, como dijo el colega Pablo Barizone al presentarlo, estaba hablando, agradeciendo a todos los presentes, diciendo que cada una de estas realizaciones fue posible por toda la gente que ayuda, trabaja y se dispone a colaborar en cada evento, cuando de repente es interrumpido. Sus compañeros en esta aventura de llevar a cabo eventos multitudinarios, habían preparado una teatralización para presentarle la sorpresa y el homenaje.
¿El que está hablando, de traje, es Juan Hippener?, se preguntaron. “Me parece que no”, respondieron. Y desde la puerta de ingreso apareció una persona más joven, que se parece bastante a Juan Hippener, vestido más o menos, como se suele vestir éste. Otra vez la pregunta, y otra vez la respuesta negativa, para permitir el ingreso de otra persona, vestida con bombacha, vaso cervecero en la mano y otros detalles -era Gustavo Waigel-, haciéndose pasar por Juan.
Otra vez la pregunta, a ver si este último era Juan Hippener y otra vez la respuesta negativa: no es Juan.
Y llegó el momento culminante. “¡Allá está Juan! ¡Ese es!” y por la puerta de ingreso al salón, hacía su entrada la estatua de Juan Hippener. El destinatario de la sorpresa y el homenaje, se emocionó mucho. Lloró, se tapó la cara, limpió sus ojos y volvió a mirar hacia la estatua que era traída hacia él, mientras sus compañeros de estas increíbles “locuras”, de hacer fiestas multitudinarias, lo abrazaban.
Fuente La Nueva Radio