Raúl “Picho” Chiuca, el bombero que casi deja la vida en las sierras

Destacadas 11/03/2018
Combatiendo los incendios que este verano arrasaron más de 20 mil hectáreas en la zona serrana, cayó desmayado por una pendiente rocosa y estuvo a punto de morir.  “Vas a salir de esta y de cualquier otra, porque la gente como vos brilla hasta con el alma rota”, le escribió su hija Candela en la tarde del 4 de febrero. Eran horas difíciles para su papá, el bombero Raúl “Picho” Chiuca, de Villa Ventana. Tres días antes, luchando contra el fuego que este verano arrasó más de 20 mil hectáreas en las sierras, había sufrido un terrible accidente que le causó la explosión del bazo y graves fracturas, y estaba peleando por su vida en el área de terapia intensiva del Hospital Penna.  Sin embargo, como pronosticó Candela, Raúl salió adelante. Hace un mes volvió a la villa, su casa, donde estará al menos seis meses en reposo para recuperarse de las lesiones. Le duele “todo” -dice, medio en chiste y medio en serio-, pero no siente más que orgullo. “Hago lo que amo, que es ser bombero voluntario, y a veces estas cosas pasan”, se resigna. Su accidente será recordado durante años por dos cosas: por lo absurdo y por la heróica reacción de sus compañeros, que pusieron en riesgo sus propias vidas para salvarlo de una muerte segura. Ocurrió el domingo 1 de febrero, hace apenas 40 días, mientras Raúl estaba con su dotación a 35 metros de la línea de fuego en un cerro de la estancia La Juliana, en Tornquist. “Pedimos el avión hidrante, hubo algunos problemas de comunicación y de pronto la nave apareció atrás de un cerro y volcó parte de la carga de 1.200 litros de agua encima mío”, recuerda. La descarga cayó con tal fuerza que lo desmayó en el acto y lo arrojó por una pendiente rocosa de unos 20 metros de alto. “No me acuerdo de nada, pero sé que caí inconsciente porque no hice acto reflejo de protegerme”, señala. Los golpes contra las rocas le provocaron la explosión del bazo y quebraduras en la clavícula, vértebras del cuello, costillas y huesos de la cara y el cráneo. El bombero Fabián Berardo, que estaba con él en ese momento, confió que fue una de las peores experiencias que le tocó vivir. “Tuve que dar el aviso más difícil. Dos simples palabras que te ponen la piel de gallina, que te hacen nudos en el pecho y que destruyen el alma: bombero caído”, relató en las redes sociales. Con el fuego avanzando en dirección a Raúl, rodeados de un humo denso que apenas los dejaba respirar, Fabián y otros 5 bomberos arrancaron a piedrazos la puerta de un camión Unimog e improvisaron una camilla rígida. Mientras, otros llamaban desesperados al helicóptero de rescate. “Lo sacamos de entre las llamas del infierno -contó Fabián-. Con cada movimiento daba un grito de dolor que nos hacía saber que estaba vivo, pero era un puntazo en el pecho saber que estaba sufriendo. Nos encerró el fuego, pero salimos de entre las llamas, envueltos en humo y sin visibilidad. Había que sacarlo sí o sí”. Fabián aún tiene grabada en la memoria el tremendo alivio que sintió cuando vio llegar el helicóptero de rescate, pero sobre todo la frase que alcanzó a pronunciar Raúl, aturdido, mareado y muy dolorido, antes de partir hacia el hospital: “¿cómo está mi dotación?”. El grupo lo integraban, además de Berardo, Alberto Manieri, Paula Arias, Javier Soto, Ezequiel Osvaldo y Bernardo Chiuca, hermano de Raúl. A este último es al único que Raúl recuerda tras la caída. “Después del golpe de agua en la mente tengo como flashes. Lo que más recuerdo es el helicóptero y mi hermano al lado, llorando. Me gritaba 'vos sos fuerte'. Ahí me dije: 'debo estar hecho m... si el grandote llora'. Después me acuerdo cuando me pusieron la máscara, en cirugía, y luego cuando me desperté en terapia con un montón de gente al lado”, dice. La vuelta Tras varias cirugías, Raúl estuvo 5 días en cuidados intensivos. Cuando lo pasaron a sala común le devolvieron el celular; tenía más de 900 mensajes de aliento, algunos de personas que jamás había visto. “Eran como mil, sin exagerar. Hasta me escribieron bomberos de Barracas. Ellos perdieron compañeros en siniestros, ¡y me daban ánimo! Fue todo muy fuerte -dice-. Hasta un muchacho de Tornquist, me enteré, fue a donar sangre para mí e iba a rezar a la iglesia para que me recuperara. ¡Y antes no iba nunca a la iglesia! Es increíble lo que generan los bomberos en la gente”. Durante el tiempo en que estuvo internado su mujer Daniela no se movió del hospital. Juntos tienen tres hijos -Candela, Ramiro y Francisco- que sufrieron por casi dos semanas.  “Cuando me desperté estaban ahí, con los bomberos que me rescataron y amigos. Mi viejo Belisario llegó de Comodoro, mi vieja Olivia de Villa Pehuenia. También estaban mis hermanos Bernardo, Débora y Sergio”, dice. Quizá por su fortaleza o por tantas muestras de amor, la recuperación de Raúl sorprendió a los propios médicos del Penna. “Calculaban que iba a estar un mes internado, pero salí a los 15 días”, se ríe. La vuelta a la villa fue aún mejor: fueron a recibirlo a la ruta y lo pasearon por todo el pueblo en caravana, tocando bocina y aplaudiendo. Como merece el héroe que es. “Fue algo increíble, emocionante. No podía creer que tanta gente saliera de su casa a saludarme”, dice, y aún se le corta la voz de emoción. Desde mediados de febrero Raúl pasa sus días yendo y viniendo a Bahía Blanca, haciendo trabajos de kinesiología y reposo. “Varias veces me vieron los cirujanos, después un especialista en tórax y últimamente un traumatólogo y un kinesiólogo -enumera-. Todavía me molestan los dolores de las fracturas, pero lo peor es que siento el brazo izquierdo dormido. Lo puedo mover, pero tengo esa sensación rara. Me van a hacer estudios, y capaz que me tienen que operar de nuevo”. Volver al cerro Hace unos días, junto a los bomberos que lo rescataron, Raúl decidió volver al cerro donde casi pierde la vida. Según explica, para recuperar algunas cosas perdidas, pero hay quienes creen que fue para darle un cierre a una de las experiencias más traumáticas que ha atravesado. “Los chicos me mostraron dónde caí y desde qué altura. No lo podés creer. Es todo piedra -cuenta-. Cuando uno tiene un accidente así no es consciente. Te pasa, pero ni cuenta te das. Los que sufrieron mucho son la familia, los amigos y los bomberos”. Fabián Berardo retrató el regreso al cerro en su página personal de Facebook.  “Al que vea esta foto, que mire bien a esas personas. Estos hombres y mujeres son grandes de corazón y alma, y yo tuve el honor y el orgullo de trabajar con ellos. Hicimos un escudo contra el fuego y toda esa fuerza se la pasamos a Raúl, que se bancó todo”, escribió. Raúl dice que bautizó al grupo como Los Leones. “Lo son -asegura-. Uno se capacita para trabajar en emergencias, pero para atender a un compañero o a un familiar no te prepara nadie. Ellos fueron unos profesionales de primera. No se abatataron, hicieron todo como debían. Recién después de que me subieron al helicóptero, según me cuentan, se abrazaron y se quebraron”. A Raúl, según los médicos, le quedan no menos de 6 meses de recuperación. Recién después podrá volver a su trabajo en el municipio de Tornquist como conductor de vehículos. “El intendente (Sergio Bordoni) me vino a visitar y me dijo que vuelva después de ponerme bien. Que descanse”, dice. Y en eso está, salvo cuando escucha la sirena. “El otro día volvió a sonar -recuerda- y me dio bronca. ¡Nunca me perdía las salidas! Pero bueno, me tuve que quedar. Yo quiero salir. Soy bombero”. Familia de bomberos. Los cuatro hermanos Chiuca viven en Villa Ventana y son bomberos. Raúl y Sergio fueron fundadores del cuartel, al que luego sumaron a Débora y a Bernardo. Raúl es empleado municipal; Sergio, chofer de ambulancia; Bernardo, contratista; y, Débora, maestra jardinera.  Legado. “Con esto que sucedió a algunos de mi familia se les nota que no quieren que vuelva a Bomberos, pero no me dicen nada. Me apoyan. Igual, mis hijos están esperando tener 18 años para entrar al cuartel. El bombero nace, no se hace”, dice Raúl.  Cumpleaños. Raúl cumplirá 41 años el 21 de abril próximo. “Pero ya estoy pensando en festejar mi segundo cumpleaños cada 1 de febrero”, bromea. Fuente La Nueva.com