Artista desde que tiene uso de razón, se encargó el año pasado de la restauración de la iglesia Santa Rosa de Lima, una tarea que le demandó cinco meses. Desde 2003 se dedica, con exclusividad, a pintar caballos árabes para un empresario italiano.
Desde muy pequeño supo que lo suyo era el arte, Rubén Bustillo era apenas un niño cuando comenzó a tomar clases de dibujo y pintura con Ignacio Crespo, un profesor que viajaba todas las semanas desde Bahía Blanca hacia Tornquist.
Claro que, por entonces, muy lejos estaba de imaginar que esa pasión que comenzó tímidamente iba a prolongarse hasta consagrarlo en el extranjero y, claro, también en su terruño natal.
Es por eso que, tras años de copiar en cuadriculada, tal como lo recuerda, se define hoy como pintor de hiperrealismo, es decir, la reproducción exacta de la realidad.
Empezó con murales, retratos, manos, cuerpos y autos de carrera,hasta que un día, el ex-intendente Gerardo Rattero le encomendó pintar las paredes del cementerio de Tornquist.
«Ese fue el puntapié inicial para una serie de trabajos que me cambiaron la vida», resume el artista, en el taller de su casa, donde transcurre horas junto al pincel.
Es que, concluida aquella tarea, y tras un paso temporario por Maquinchao, en Río Negro, donde se desempeñaba como docente, el fallecido jefe comunal de Tornquist le ofreció trabajo fijo en el municipio; concretamente, en la parte de cartelería, diseño y señalización. Aceptó sin dudar.
Muchos años después, el actual jefe comunal, Gustavo Trankels, le ofreció algo que él denominó como el más grande desafío de su vida: la restauración de la iglesia Santa Rosa de Lima, situada en el interior de la plaza central y por entonces notoriamente descascarada.
«El edificio fue fundado en 1907 y pintado en 1961 por el bahiense José Fuentes Rada. Hacía mucho tiempo que no se restauraba», recuerda.
Varios motivos lo tentaron finalmente a realizar el trabajo; entre ellos, el hecho de que se tratara de la iglesia de su pueblo.
«Pero trabajar a 11 metros de altura, recostado en los andamios, no iba a ser tarea sencilla», dice, mientras evoca los cinco meses que le llevó el trabajo en condiciones muy incómodas.
Respetar la tarea realizada por Fuentes Rada en cuanto a diseño y pintura fue el primer propósito de Bustillo, quien, como primer paso, debió viajar a Bahía Blanca para alquilar los andamios.
«Desde un primer momento preferí trabajar solo. Con otra persona hubiese resultado engorroso porque las maderas, a metros de altura, se mueven de la nada», justificó.
Tras rasquetear toda la superficie, debió pasar enduido para emparejarla. Luego lijar, fijar y comenzar a retocar con óleo las guardas y pintar de color celeste el cielorraso.
Trabajó entre siete y ocho horas diarias, a excepción de sábados y domingos, debido a las misas, «La tarea me dejó muy satisfecho a nivel personal y profesional. Es la primera vez que trabajé a ese nivel y no deja de ser para mí una buena carta de presentación», reflexionó, a más de un año de haberla concluido.